Cojo el cuchillo por el mango. Lo sostengo 10cm alejado de
mi cuerpo, con la punta apuntando delante de mí, me pongo en posición. Me
concentro al máximo en el blanco. Relajo los músculos. Tiro el cuchillo con
fuerza y… pasa a tres metros de largo del árbol en el que lo quería clavar.
Samuel se ríe a carcajadas.
-¡Eh! ¡No te rías! ¡No es tan fácil como parece! Seguro que
tú lo harías peor.
-¡Ja! –Contesta. Coge el cuchillo, que estaba clavado en el
suelo, y viene hacia mí. Se coloca en posición elegantemente, como si hubiese
nacido para eso. Esboza una sonrisa burlona y tira el cuchillo. No le da al
árbol, si no a un pájaro que estaba posado en una de sus ramas. Parece que eso
de saber lanzar cuchillos le viene de familia. ¡Bien, algo de carne para comer!
No como carne desde… Bueno, desde que Álvaro nos dejó. De eso hace solo unos cuantos
días.
Ahora, estábamos practicando para poder enfrentarnos a Ana y
Víctor. Yo no quería, creo que es mejor buscar primero a los chicos y ya luego
organizarnos y poner en común nuestros conocimientos sobre lucha, pero me ha
convencido. Dijo que sería divertido. Pero esto se me da terriblemente mal.
Al final, nos colamos en la chabola. No fue difícil. Estaban
buscando a Samuel, después de que no encontraran su cuerpo cuando fueron a
buscarlo para llevarlo al mundo perfecto. Cogimos una especie de PDA, con un
montón de aplicaciones chulas. Por ejemplo, dices unas coordenadas y te sale un
mapa holográfico de los 2km de alrededor, además de indicar cuál es el
imperfecto que suele andar por allí. Además, hay una aplicación que detecta a
los seres vivos por el calor que emiten en 500 metros a la redonda. Cosas muy
útiles para la misión. Tanto para la nuestra como para la suya.
Me siento a descansar y vuelvo a mirar la lista de chicos.
Hay más de 1.000. Por suerte, tienen apuntados a los que han matado. Los chicos
más cercanos son dos gemelos enviados este año, por lo tanto deben de tener
trece años. Hasta tienen fotos. Carlos y Pablo García. Pies planos. Miro a
Samuel desde donde estoy. Sigue entrenando, no sé para qué, aún está con la sonrisa burlona en la cara. Hace tiempo
que mi corazón late más fuerte cuando lo veo sonreír, y la mayoría de las veces
sonrío yo también, sin saber siquiera por qué sonríe él.
-Venga, vamos a buscar a los gemelos. ¡Todavía no hemos
encontrado a ninguno!-le digo. Empiezo a cansarme de tanta vuelta sin encontrar
a nadie.
-¿Cómo son estos?-me pregunta.
-Bajitos, pelirrojos, ojos marrones, pecas…-no termino mi
descripción de la foto. Una flecha pasa entre nosotros dos, no acertándonos por
centímetros.
-¡Dejad en paz a los chicos! ¡Ellos no os han hecho nada!-
dice una chica que acaba de aparecer como por arte de magia. Bueno, más que una
chica, es una mujer joven, de unos veinte años. Es una rubia escultural, con ojos
verdes y el pelo recogido en una cola alta. Aun así, el pelo le llega hasta la
cintura. Lleva un arco que parece hecho a mano y un carcaj repleto de flechas.
Tiene el arco tensado, preparado para disparar.
Lleva unos pantalones cortos nada apropiados para andar por el campo,
pero parece que no tiene ni un rasguño. Samuel está embobado. Por eso, soy yo
la que reacciona primero.
-¡No queremos haceros daño! Venimos para ayudaros. ¡También
soy imperfecta!-digo, señalando a mi ojo verde. Parece que me cree, porque baja
el arma.
Samuel, que ya ha salido de su ensimismamiento, le cuenta
nuestra historia. No se me pasa por alto el hecho de que no menciona que los
asesinos del gobierno son mi ex novio y su hermana. La chica, que por lo visto
confía en nosotros, se llama Carolina, y tiene veintitrés años. Tiene un 55% de
sordera en el oído derecho. Se encontró con los gemelos y, cansada de todos
esos años de soledad, decidió llevarlos consigo. Por lo visto, para ella son
como sus hijos, a pesar de llevarse solamente diez años con ellos. Es extraño.
Al cabo de un rato, silba y ellos aparecen. Parecen muy tímidos. En una
ocasión, pillo a unos mirándome directamente. Se sonroja y mira hacia otro
lado. Su hermano se ríe disimuladamente. Nos lleva hacia su hogar, una especie
de cabaña de madera. Hacemos un fuego fuera mientras que Samuel va con los
gemelos para cazar más pájaros. Es extraño lo rápido que hemos cogido confianza
los unos con los otros.
-Bueno, Carolina… ¿Vais a venir con nosotros o preferís
enfrentaros solos a los perfectos del gobierno?-le pregunto. Ella es muy buena
con el arco, y los chicos también pueden ser de ayuda. Debo saber si podemos
contar con ellos o no. Si no, tendríamos que marcharnos cuanto antes para
buscar más aliados.
-Por supuesto que vamos con vosotros. Haría cualquier cosa
para salvar a estos dos niños, y más si tenemos en cuenta que eso molestaría al
gobierno que nos repudió. ¡Me encanta vuestro plan! Si somos miles de niños
supervivientes… ¡Podríamos formar una ciudad! La ciudad imperfecta…-sus ojos
brillan con la emoción de la aventura. Su pelo a la luz de la hoguera se parece
tanto al de Álvaro… ¿Dónde estará? ¿Le habrán encontrado los perfectos? Estoy
muerta de preocupación por él. Debería haber insistido más en que nos
acompañara. ¡Soy estúpida! Era el chico perfecto, le quería como a nada en el
mundo. Le necesitaba más que al aire que respiro. ¿Volveremos a vernos? Espero
que sí. Ojalá se dé cuenta de que estaba equivocado y venga a por mí. Si es que
de verdad me quiere. ¿Por qué iba a quererme, habiendo en este mundo chicas
como Carolina, rubias despampanantes con ojos perfectos? Está el problema de la
audición, pero parece no afectarle mucho. Se las arregla para cazar. Es una
excelente arquera. ¿Y yo quién soy? Una morena larguirucha que sólo sirve para
estorbar. Y con mis horribles ojos desiguales. Pero… ¿Aquellos besos y caricias
eran de mentira? Me duele pensar eso. Cuando levanto la vista, Carolina me está
mirando.
-¿Quién es ese chico?-me pregunta. Supongo que se me debe de
notar en la cara lo que estoy pensando.
-¿De qué estás hablando?-digo, intentando ocultar lo que de
verdad siento.- Tengo sueño. Voy a dormir.-me levanto, cojo mi estera de la
mochila y me tumbo dentro de la cabaña.
-¿Sabes? Puedes contarme cualquier cosa.-me dice, pero a los
dos minutos ya estoy dormida. Ha sido un día muy largo.
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