martes, 11 de septiembre de 2012

Capítulo 16: Entre amigas


 
Estoy en una casita de madera. En la casita hay una chimenea, una mesa grande con cuatro sillas y una mecedora. Todo parece hecho a mano. Miro por la ventana, que ni siquiera tiene cristal, y veo a un Álvaro mayor jugando con un niño rubio con los ojos marrones. Una niñita de pelo marrón y ojos negros aparece de repente se abalanza sobre él riendo, y los dos se caen. El niño también se sube encima. Miro hacia el horizonte. Llegan un montón de soldados vestidos de negro que los apresan. El niño se da cuenta de que los miro y me dice, con su pequeño y dulce rostro ahogado por la desesperación:
-¡Mami! ¡Por favor, ayúdanos!
Me despierto jadeando. Era un sueño. Menos mal. Vuelvo a estar en la cabaña de Carolina y los gemelos. Carolina está a mi lado, parece que hablando en sueños. Uno de los gemelos-creo que Pablo-Está completamente tumbado sobre Samuel, y el otro-Carlos, supongo- lo tiene agarrado por las piernas. Y parecen no darse cuenta, siguen dormidos los tres. Hago un esfuerzo por aguantar la risa. Me pregunto por el significado de mi sueño. ¿A caso estaba viendo una versión de mi futuro en la que seguía con Álvaro? Prefiero no pensar más en el maldito sueño. La carita desesperada de ese niño me destroza.
Hace un calor horrible y no puedo dormir. Estoy sudando. Miro el mapa holográfico en la PDA y veo que cerca hay un pequeño arroyo. Perfecto.
Mientras me baño a la luz de la luna no puedo parar de pensar en mi hogar y en nuestro pequeño lago. Parece que han pasado siglos desde que comenzamos nuestro viaje, y sólo ha pasado una semana. Vuelvo a vestirme con la muda que traje en la mochila y lavo la ropa que llevaba puesta, que apesta a sudor, mojándola con agua y frotándola con unas flores que huelen muy bien. Me recojo el pelo en una cola alta con una cuerda y decido aprovechar el tiempo. Cojo un cuchillo y empiezo a lanzarlo contra el árbol más cercano, que está a unos seis metros. Esta zona tiene muy pocos árboles. Hago una marca en el suelo y pongo el pié ahí. Lanzo el cuchillo una, dos, tres veces y nada. Cuatro, cinco, seis veces y parece que voy a darle, pero no llega. Me enfurruño y me siento en una piedra.
-Nunca conseguirás acertar si te rindes tan pronto.
Miro hacia atrás y está Carolina apoyada en el árbol. A partir de ahí, pasa toda la noche intentando enseñarme a lanzar, pero sólo consigo acertar a cuatro metros de distancia. Decide que esto no es lo mío. Me propone enseñarme a lanzar con el arco y acepto, pero soy igual de inútil. Al final, practicamos combate cuerpo a cuerpo, y eso sí que se me da bien. Soy muy rápida y escurridiza. No consigue atraparme. Por último, me abalanzo sobre ella y consigo tumbarla. Saco mi cuchillo y  lo clavo al lado.
-¡He ganado!-digo sonriendo. Me levanto y la ayudo a levantarse.
-Recuérdame que no te haga enfadar.-me dice riendo.- Hace mucho calor- dice- ¿Nos damos un baño?
Llegamos al arroyo y nos metemos con la ropa y todo.
-¡Qué fresquita!- exclamo. Sienta de maravilla después del ejercicio. Salimos del agua y me escurro el pelo encima de ella.
-¿Quieres guerra, enana? ¡Pues la tendrás!- Se sacude como un perro y me empapa de agua. Terminamos tumbadas en el suelo agotadas de tanto reír. Los chicos, que ya se han levantado, vienen a nuestro lado. Los gemelos siguen a Samuel uno detrás de otro. Parecen la mamá pato y sus polluelos. ¡Qué monada!
-De modo que os ponéis a jugar y no me avisáis. ¡Os parecerá bonito!-dice Samuel.
-No seas teatrero, Samuel.-Dice Carolina. Es exactamente lo que le dije yo aquella vez. Samuel y yo empezamos a reír a carcajadas. La cogemos entre los cuatro-los gemelos nos ayudan- y la tiramos al arroyo. Pasamos todo el día bañándonos. Por la tarde los gemelos traen plátanos. ¡Qué ricos! Luego Samuel se pone a hacer chistes malos sobre monos y termino tirándole la piel de mi plátano a la cabeza. Me lanza una mirada de reproche. Al segundo estamos los cuatro riendo y Samuel aguantando la risa, hasta que no puede más y se ríe con nosotros.
-¡Tonto el último!-dice Carolina y vamos otra vez al arroyo. Los gemelos empiezan a salpicar a Carolina y ésta empieza a pegar chillidos diciendo: “¡Dejadme en paz!” Samuel me mira y yo le miro a él. Sé que piensa en su hermana. Le doy un abrazo.
-¡La vas a recuperar, seguro! Verás que dentro de poco se da cuenta de que ha sido una estúpida y viene a ayudarnos.
Carolina nos mira extrañada. Se encoge de hombros y sigue jugando con los niños. Se nota que se quieren mucho. Sólo son dos años menores que nosotros, pero son muy inocentes. Nunca había pensado en eso de la maternidad, se supone que no debería de haber sobrevivido, pero pienso que me gustaría tener niños en un futuro. Pero ¿Con quién? Otra vez me ruborizo y Carolina vuelve a preguntarme en quién pienso. Samuel se ríe mientras yo le cuento mi historia con Álvaro.
-Los tíos son idiotas.-Samuel la mira con los ojos entrecerrados- Lo siento, pero es verdad. Tú tampoco te salvas, majo.
-¿Y nosotros?- dice uno de los gemelos, el que se rió el otro día, Pablo, creo.
-Vosotros no sois tíos.-dice Carolina- Sois… enanos.- Ahora están enfadados los tres y Carolina y yo nos partimos de risa.

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