Todavía no me explico cómo pudieron dejarles solos en aquella
celda. Era cambio de turno, lo entiendo, pero los dos chicos que les estaban
vigilando deberían de haber esperado a su relevo allí. De los errores se
aprende, supongo.
Samuel y yo nos hemos vuelto más inseparables que nunca.
Incluso hemos pedido a los jefes que nos pongan juntos en todos los turnos de
servicios a la comunidad. En este preciso momento estamos en el huerto que hay
al pie de la montaña, regando un poco. Antes hemos sacado un poco a las cabras
que tienen domesticadas en un pequeño recinto aquí al lado para que pasten. Se
lo ha montado bastante bien esta gente.
-¡Samuel!- le llamo- Voy a ver si les falta agua a las
cabras, que se nos había olvidado. ¿Vienes?
-Qué va, amor, estoy intentando darles un poco de fuerza a
las plantas. Luego iré.- responde. Ahora está quitándoles algunos tomates,
demasiado verdes para poder comérselos, a las tomateras. Yo creo que está
maltratando a la pobre planta, pero le dejo que haga lo que quiera. Yo no tengo
ni idea de botánica. Él parece ser un as en todo lo relacionado con la
biología. Me pregunto si, de haberse quedado en el mundo imperfecto, hubiera
hecho la carrera de biología. Aunque
también hubiera sido un buen político. Porque poder de convicción no le falta. Sin
embargo, le falta malicia.
Llego hasta las cabras en menos de dos minutos, está muy
cerca. Como había temido, nos habíamos olvidado del agua. Cojo un barreño y lo
lleno en el río. Luego hago lo mismo con otros tres, y las pobres cabras se
terminan uno entero. Vuelvo a llenarlo. Cuando termino, me siento a la sombra y
empiezo a comerme unas moras que he cogido de un arbusto cercano. Pienso que a
Samuel le queda un buen rato todavía. Una cabra pequeñita, muy negra, que no
tendrá más de un año, se acerca a mí curiosa. Dudo un poco. ¿Pueden las cabras
comer moras? Me da un poco de miedo, pero extiendo mi mano, la que contiene las
moras, y la cabra empieza a comer. Me hace cosquillas con su lengua. Me gusta
esta cabra. Le acaricio el lomo y bala. Si fuese un gato, estoy casi segura que
eso habría sido un ronroneo.
-Bueno, cabra, habrá que ponerte un nombre.- le digo. ¿Le
estoy hablando a una cabra? Me río entre dientes. Si es que estoy como una
cabra…- A ver… ¿Qué te parece si te pongo Zoe? ¡Sí! Zoe me gusta.- Zoe bala
otra vez, contenta al parecer de tener un nombre.
Samuel llega al rato y se ríe, al ver a la cabra perseguirme
mientras recojo más moras.
-¿Quieres?- le pregunto, extendiendo la mano.- Están muy
ricas.
-No, si ya lo veo.- dice divertido, mientras me señala las
manos y la cara. Estoy toda llena de jugo de mora. Coge unas cuantas y se las
da a Zoe.
-Toma, bonita.- Le acaricia por debajo de las orejas y la
cabra le lame la cara. Me río.
-Se llama Zoe.- le comunico, orgullosa.
-Bueno, Zoe, será mejor que te vayas con tus amigas las
cabras mientras que Gabriela y yo vamos a lavarnos un poco al río.- dice
limpiándose la cara con el brazo.
Como las moras no nos han llenado, vamos temprano a cenar.
Crema de calabaza. Ag. Samuel y yo no rechistamos y nos la comemos en silencio.
Me divierte la cara que pone con cada cucharada. Terminamos pronto, y decidimos
quedarnos aquí para esperar a los demás, a los que no hemos visto en todo el
día. Ayudamos a Hannah y a unos niños a los que les toca turno de cocina a
servir la crema. Cuando casi todo el mundo se ha ido ya, llega nuestro grupo.
Es fácil de reconocer, porque siempre llegan a todos lados haciendo ruido. Les servimos los platos de crema enseguida.
Casi todos las miran con cara de asco. John se burla de Samuel y de mí,
diciendo que no somos unos buenos amigos si les traemos eso. Hannah aparece por
detrás y le da un golpe con un cazo.
-Si no te gusta, no te lo comas, pero no esperes que haya
otra cosa para comer.- dice, y vuelve a la cocina. Samuel y yo nos miramos un
segundo y empezamos a reír. Esta mujer…
-¡Sentaos!- nos dice Inés.- Ya no creo que venga nadie más.
Le hacemos caso y nos sentamos en un hueco al lado de Camile
y Álvaro. Si Samuel y yo somos empalagosos, ellos lo son más. Me alegro de que
sean tan felices, pero esto ya es pasarse. Se están dando la comida a
cucharaditas el uno al otro. Conozco a Álvaro desde hace mucho tiempo, y nunca
lo había visto comportase así.
-Venga, cari, otra más.- está diciendo Camile. Pronuncia
“cagui”, y Lourdes, que ya anda con una muleta tallada en madera, se parte de
la risa.
-¡Pero si esto está asqueroso, mi vida!- se queja Álvaro.
Miro a Samuel conteniendo la risa, y veo que él hace lo mismo. “Por lo menos
parecen felices” pienso. Álvaro me mira, y yo le sonrío. Son empalagosos, sí,
pero hacen muy buena pareja. Álvaro me devuelve la sonrisa y mira a Camile con
una mirada curiosa, mezcla de admiración y ternura, pero sobre todo amor.
Suspiro y me echo sobre Samuel, quien me rodea con sus fuertes brazos. Todo
está saliendo como deseaba. Ahora sí que puedo considerarme completamente
feliz: Samuel es feliz, Álvaro es feliz, Camile es feliz… no me queda nada más
que desear. Incluso Carlos y Michelle han dejado de mirarnos mal. Ahora están
juntos los dos.
Un pequeño pero fuerte rayo de esperanza parece habernos
alcanzado. El destierro no parece tan malo si estás acompañada de tu media
naranja. No somos tan desechables como creíamos, hay personas a las que les
importa nuestro bienestar, nuestra felicidad, y que quieren estar con nosotros
a pesar de nuestros defectos, que no son pocos. Que lloran y ríen con nosotros,
que nos entienden. Que nos quieren, que se entregan a nosotros. Que están ahí
para lo que necesitemos, y que saben que nosotros también.
Samuel juguetea con mi pelo mientras pienso en lo afortunada
que soy. Me siento egoísta, pero me alegra enormemente que Samuel esté aquí,
conmigo. Le doy un beso corto pero dulce y con un toque de pasión, agradecida
de que se quedase aquí. Él me dedica mi sonrisa favorita, que me derrite por
dentro. Entrelaza los dedos de su mano con los míos, y así nos quedamos. Fred
empieza a contar chistes malos y George, Miguel, Pablo y Samuel se ríen de él.
-Gabriela, voy a dar una vuelta, ¿Quieres venir conmigo?- me
pregunta Camile. Álvaro se niega a alejarse de ella y Samuel le persuade de que
se quede diciendo que seguro que queremos hablar un rato a solas. Camile le
dedica a Samuel una sonrisa de gratitud.- No te preocupes, enseguida estoy
contigo.- le dice entre besos a Álvaro.
-¿Y yo me quedo sin beso?- se queja Samuel, mirándome.
-Sí. Te tengo muy mal acostumbrado.- le regaño. Él frunce el
ceño y yo me río y le doy el beso que quería. Por mí, pasaría toda mi vida
besando a Samuel, pero no quiero ser tan empalagosa como los otros dos y que se
acabe cansando de mí.
Acompaño a Camile a una habitación vacía. Es muy pequeña,
apenas cabe el único colchón que hay. Camile enciende la antorcha solitaria que
hay allí. Con eso basta para iluminar el pequeño cuarto.
-Aquí no nos molestará nadie. La habitación era de una pareja
que se ha mudado a otra un poco más grande.- La miro con curiosidad. ¿De qué
tendrá que hablar que sea tan secreto? El fuego de la antorcha hace que la
habitación se caldee en cuestión de segundos. ¿Aquí es donde se meten ella y
Álvaro cuando quieren estar a solas? Pues podrían haber avisado, así Samuel y
yo también habríamos podido disfrutar de más ratos a solas.
-Bueno Camile.- digo sentándome en la cama.- ¿De qué querías
hablar?
-Pues… esto… Quería hablar contigo antes de nada. Eres mi
mejor amiga. ¿Prometes no decir nada de lo que te diga ahora?
-Sí, claro que te lo prometo. Sé guardar secretos.
-Estoy muy preocupada. No quiero sacar conclusiones
precipitadas, pero… Hace tres semanas que no me viene la regla y… ayer empecé a
sentir unos mareos muy raros. Y esta mañana he vomitado.
Me quedo un poco traspuesta. La miro con los ojos como
platos.
-Pero Camile…- le doy un abrazo, y ella empieza a llorar.
-¿Cómo voy a traer a un niño a un mundo como éste? Y además,
según la genética, si es chico va a salir daltónico seguro. Yo… sólo tengo
diecisiete años.- llora más fuerte.
-¿Y Álvaro lo sabe? Porque es el padre, ¿Verdad?- ella me
mira ofendida. Hasta para de llorar.
-¡Pues claro! ¿Por quién me tomas? No, no se lo he dicho
todavía. Tengo mucho miedo. Aquí no hay hospitales ni nada, el bebé podría
morir. Y yo también.- Se empieza a tocar el vientre obsesivamente.- Pero, por
otro lado… sí que me gustaría traer al mundo un niño mío y de Álvaro.- dice con
una sonrisa triste.
-Seguro que será un niñito rubio guapísimo.- le sonrío.- Y
quién sabe, a lo mejor es niña y no sale daltónica. No tienes por qué
preocuparte por eso.- le toco la barriga.- Y ahora, vamos a decírselo a Álvaro.
Es el padre y tu novio. Tarde o temprano se tendrá que enterar.
Tiro de ella y me la llevo a la cocina, en donde todavía
están todos. Doy un paso hacia ellos y animo a Camile a que me siga, quien
respira hondo y me sigue decidida. Álvaro la mira preocupado, porque se le nota
que ha llorado. Le tomo de la mano y la animo a que hable. Se esconde detrás de
mí, pero yo la saco de allí y la obligo a hablar.
-Camile tiene algo que deciros. ¿Prefieres decírselo primero
a él o ya aprovechas y se lo dices a todo el mundo?- no había caído en eso.
Álvaro parece a punto de sufrir un ataque, y Samuel me mira curioso.
-Mejor se lo digo yo a Álvaro. Luego os lo contamos.- dice
Camile sin mirar a los demás. Anda hacia donde no se escucha su voz. Álvaro la
sigue. Yo me siento en el sitio de antes.
-¿Qué le pasa a Camile?- me pregunta Samuel. Yo me pongo el
índice en mi boca.
-Ya os lo contará ella.- le digo con una sonrisa y miro hacia
la pareja.
Camile tarda un rato en hacerle entender que está embarazada.
Cuando por fin se entera, se pone a dar saltos de alegría y la besa en la boca
y en la barriga simultáneamente unas cuantas veces. Ella acaba contagiándose de
su entusiasmo y se le borran todos los miedos. Vaya sorpresa, no sabía que a
Álvaro le gustasen los niños. Me pregunto cómo reaccionaría Samuel. Le miro
pensativa. Supongo que también tendría miedo. Él es más realista. Pero he visto
cómo trata a los gemelos, y seguro que se pondría loco de contento. Pero claro,
sería imposible que yo estuviese embarazada. Samuel y yo todavía no hemos dado
el gran paso. Noto que él tiene ganas, pero yo todavía estoy algo nerviosa. Porque
podría pasar algo como esto.
Álvaro y Camile se nos acercan, cogidos de la mano.
-¿Puedo decirlo yo, vida mía?- le pide Álvaro a Camile.
-Si te hace ilusión…- le responde ésta, aún conmocionada. Se
le salta una lágrima y Álvaro se la limpia con una tierna caricia. Se le nota
que la ama muchísimo.
-No te preocupes, todo saldrá bien. Ya verás.- le consuela.
-Ojalá sea cierto...- Álvaro coge aire y lo suelta a
bocajarro.
-Camile está embarazada. ¡Vamos a tener un bebé!- todos se
quedan en silencio, mirando a Camile y a Álvaro alternativamente. Luego
estallan en felicitaciones. Todos menos George, que mira a Camile con un dolor
palpable y, apretando los puños, sale de la cocina.
-¿Pero qué le pasa a ese?- pregunta Álvaro.- Me levanto y le
sigo. Ahora es mi turno ayudarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario