sábado, 17 de noviembre de 2012

Capítulo 39: siempre contigo



-¡Gabriela, espera! ¡Estoy de vuestra parte!- grita Víctor, que consigue que me quede plantada como una estatua en mi sitio. ¿Qué? ¿Qué está diciendo? Samuel retrocede. ¡No, por favor, vete! ¡Huye hacia un lugar seguro!
-¡Eso es mentira! ¡Eres un asqueroso agente! ¿Cómo vas a estar de nuestra parte?- le chillo. Veo a Samuel vacilar delante de la ventana. ¡Maldita sea! ¿Qué hace? ¡Vete ya, imbécil, que nos van a coger a todos, en vez de a mí sola!
-¡Samuel, no! ¡Esa ventana está vigilada!- le advierte Víctor.- Tendréis que salir por la del baño. Por supuesto, ahí no hay cámaras.
Samuel y yo nos miramos. Luego, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, miramos a Víctor a la vez. Éste mira preocupado al final del pasillo y me arrastra hacia una habitación con pinta de ser el cuarto de baño. Samuel, por supuesto, nos sigue. ¡Le dije que escapara! Pero Víctor nos ha trastornado. ¿Qué pretende? ¿De verdad quiere ayudarnos? No lo creo. Me suena más a maniobra de distracción. Pero no tiene sentido, simplemente tenía que atraparnos. Cierra la puerta después de que Samuel y Francesco entren. Abre la ventana y asoma la cabeza.
-¡No le deis más moras a Zoe!- grita. Pero… pero… ¿Cómo puede conocer la llamada? Es… ¡Es imposible, pero cierto!
-Tú… ¿Cómo…?- murmura Francesco.
-No hables, tienes que guardar tus energías para aguantar el viaje que os queda.- mira por la ventana nervioso.  Al fin, vemos aparecer a George, John y Fred, que no se sorprenden en absoluto de que Víctor esté con nosotros.
-Han herido a Francesco.- les informa. Víctor coge a Francesco de la espalda de Samuel, levantándolo como si no pesara nada, y le ayuda a saltar por la ventana. Fred se adelanta para ayudarle, y también lo carga como si no pesara más que un saco de patatas.
-Las damas primero.- dice Samuel, y va a ayudarme a escapar, cuando Víctor nos detiene.
-Esto… Ten.- dice, y me da un papel doblado. Le miro interrogante.- Por favor, léelo. Pero no ahora. Corre y ponte a salvo. La dejo en tus manos.- dice mirando a Samuel. Éste se encoge de hombros. Acepto el papel y lo guardo en uno de mis bolsillos para armas en el cinturón.
-No sé por qué nos ayudas, ni siquiera puedo imaginarme una razón convincente para esto. Pero te estoy muy agradecido por tu ayuda. No sólo me has salvado a mí, si no a la razón de mi existencia y a Francesco, una de las mejores personas que he conocido. Te debo una bien gorda.- dice Samuel, y yo me sonrojo. Para disimularlo, intento bromear un poco.
-Espero que en esta carta me lo expliques todo, o si no vas a conseguir que me explote la cabeza. Y ahora vámonos, Samuel, o será demasiado tarde.- rechazo su ayuda para bajar (¡Por favor, que puedo saltar unos cuantos metros sola!), aunque la cuerda que dejamos atrás me habría servido de gran ayuda. Desde el alféizar de la ventana miro hacia abajo. Está más alto de lo que había creído. Soy catwoman, puedo hacerlo. Caeré de pie, como los gatos. Por lo menos caigo sobre mullido. He caído sobre John, que se había acercado a averiguar por qué tardábamos tanto. Se ha acercado tan rápido que no lo he visto hasta que no he saltado.
-Lo siento. No te había visto.
-No pasa nada. Pero tendrás que recordarme que me coma tu próxima cena. A ti no te va a hacer falta, pesas un montón.
-John, para que lo sepas, a las chicas no nos gusta que nos digan gordas. Te lo digo sólo para cuando tengas novia, ¿Eh?- me levanto y me sacudo el trasero, lleno de barro. Samuel cae elegantemente a unos centímetros de nosotros.
-¿Nos vamos ya?- dice.
-Sí, por favor. No creo que Francesco aguante más sin que lo vea alguien que entienda algo de medicina.- dice George. Caminamos lo más aprisa que puede Fred cargando con Francesco. La carta de Víctor parece arder en mi bolsillo. ¿Qué pondrá en ella? Estoy tan ocupada pensando en la carta que no puedo pensar en nada más. Afortunadamente, Samuel sí.
-¿Cómo es que Víctor sabía nuestra llamada?
-Es… un poco complicado. Y más aún de explicar.- dice John.- Sólo quiero que confiéis en nosotros. Ya tendremos tiempo de explicároslo todo cuando lleguemos.
Ya estamos en el bosque espeso que hay antes de llegar a la montaña. Aquí me siento como en casa. Probablemente así seguirá siendo durante toda mi vida. La relajación de todos se puede palpar en el ambiente, a pesar de los hechos que acaban de acontecer. Me retraso un poco y me coloco a la altura de Samuel, que va un poco retrasado. Parece que el combate le ha afectado de verdad. Tiene una rasgadura en la chaqueta.
-Samuel, estate quieto un momento, por favor.
Le examino la rasgadura y descubro una herida debajo de la rasgadura, en la manga de la chaqueta. No parece demasiado profunda, pero está sangrando mucho. ¡Seguramente por el esfuerzo de cargar a Francesco! Le miro horrorizada.
-No es nada, tranquila. La bala apenas me rozó. Ni siquiera me ha hecho una herida profunda, ¿Ves?- se toquetea la herida.
-¡Para ya! ¡Te vas a infectar la herida!- le aparto la mano.
-Estás tan mona cuando te preocupas por mí… - Samuel me acaricia el pelo y no puedo evitar despreocuparme un poco. Si él dice que no es para tanto, será verdad, ¿No? Sin pensarlo, le hecho los brazos al cuello. Entierro la cabeza en su pecho, inhalando su aroma. Por un segundo, en la base… pensé que no lo volvería a ver. Realmente pensé que era mi fin. Y el muy idiota ni siquiera me hizo caso. En vez de huir con Francesco a un lugar seguro se quedó escuchando lo que Víctor me decía. Aunque gracias a eso no han visto nuestra huída. No sé por qué, pero tengo la sensación de que puedo confiar en Víctor ciegamente. Ese comportamiento va más con la personalidad del Víctor que yo conocía. Todas las cosas malas que me decían de él… no conseguía encajarlas. Pero todavía no le he perdonado lo que le hicieron a Samuel.
-Te quiero tanto… No tienes ni idea de lo mucho que te necesito.- le confieso a Samuel.- Si algún día nos separásemos, yo… no podría aguantarlo.
Empiezo a llorar. Estúpida sensiblera… Recuerdo que no es la primera vez que lloro en brazos de Samuel. Él debe de estar harto ya de tanto lloriqueo. Pero yo… no puedo evitarlo. ¿No dije yo que lo quería tal y como es? ¿Será lo mismo para él?
-Eso tiene fácil arreglo.- susurra.- No nos separaremos nunca. A dónde vayas, yo te seguiré. Siempre estaré contigo. Prométeme que siempre estaremos juntos.
-Te lo prometo. Si quieres te hago un juramento de sangre. Siempre estaremos juntos. Siempre.
-Siempre está hecho de muchos “ahoras”. Y ahora quiero besarte.
-Yo también. Me muero de ganas.- Le agarro del pelo y poso mis labios en los suyos. Cuidadosamente al principio, frenéticamente después. Parecía que hacía una eternidad que no nos besábamos, en vez de unas cuantas horas. Pero hemos soportado mucha tensión en esas horas. Me pego a su cuerpo como una lapa. Pongo mis manos a los lados de su cara, y él pone las suyas en mis caderas. Me quedo sin aire.
-Ah… espera… tengo que… respirar.- digo, e inhalo una buena bocanada de aire fresco. Samuel se ríe.
-¿Estás bien? A ver, inspira y espira. Inspira y espira.
-Oh, venga ya, sé respirar. Ya estoy bien. Tengo que recordar que debo respirar. ¿Por dónde lo habíamos dejado?
-Um… si no me equivoco… creo que por aquí.- Samuel me acerca hacia sí y empieza a besarme otra vez.
Esta vez meto mis manos por dentro de su chaqueta y su camiseta, y él por los bolsillos de detrás de mis pantalones. La cosa empieza a caldearse. Me quito la chaqueta y la tiro hacia un lado. Samuel hace lo mismo. Un fuego ardiente me derrite por dentro, desde mi cabeza hasta la punta de los dedos de mis pies. Entrelazo mis piernas por sus caderas, y él me las agarra. En otro tiempo, esto le habría desestabilizado y nos hubiéramos caído al suelo, pero ahora parece poder cargar conmigo y besarme al mismo tiempo sin problemas. Él empieza a besarme en la parte de atrás del cuello y yo gimo de puro placer. Cada vez que me toca, me parece estar en el cielo.
Empieza a llover. Es normal, ya estamos en noviembre. Una pequeña vocecita en mi mente me dice: ¡No te besuquees en camiseta de tirantes bajo la lluvia con tu novio, os vais a resfriar! Otra voz más potente y autoritaria le dice: ¡A callar! Uh, por Dios, ¡Acércate más a él! Y le hago caso. Recorro su mandíbula una y otra vez con mis labios, volviéndome a detener otra vez en su dulce boca. Samuel deshace la presa que forman mis piernas y me aleja de él, mirando hacia el frente. ¿Por qué me aleja de esa manera? Parece serio. ¿He hecho algo mal? Recoge mi chaqueta del suelo y me la pone por los hombros. Meto los brazos en las mangas. Él hace lo mismo con la suya. ¿Qué pasa? ¿Se encuentra mal? No debería haberle besado de esa manera, seguro que está agotado. Él da un paso hacia donde hemos venido, hacia la base.
-Samuel…- murmuro.
-Shh. Silencio.- me hace un gesto con la mano que supongo que quiere decir que espere un momento. Algo entre los árboles parece moverse. ¡Madre mía! ¡Alguien está entre las ramas!
Una sombra surgida de entre los árboles se acerca a nosotros. Samuel me empuja detrás de él con un brazo. ¡Será idiota! ¡Puedo cuidar de mi misma, ya lo he demostrado suficientes veces! El sonido de una rama rota viene desde detrás. ¡Nos atacan por los dos lados! Ya está, vamos a morir. O nos van a torturar, que según se mire es peor. Estoy histérica. No sé si ponerme de cara al intruso que está dirección a la comunidad o al que está en dirección a la base del gobierno. En unos segundos que a mí me parecen horas, con la adrenalina rebosante en mis venas, los intrusos dan la cara.
El primer intruso es Camille, y el segundo George.
-¡Hola! ¿Por qué tardabais tanto? ¡Ya pensaba que os habían raptado!- bromea George. –Y tú, Camille, ¿Qué haces por aquí sola?
-Yo… había ido a dar una vuelta.- responde.
Samuel la mira ceñudo. Parece que le está dando vueltas a algo. Le tiro de la camiseta para que me haga caso.
-Volvamos a casa. Casi está amaneciendo y estamos cansados. Mañana hablaremos. ¿Verdad, George? ¿Camille?
-Verdad, Gabriela. Nos hemos ganado todo un día holgazaneando en la cama. John y Fred ya estarán roncando. El pobre Francesco no creo que se despierte en dos días. Si el dolor no lo despierta. Camille, ¿Dónde está Álvaro?
-Pues… eh… dormido. Creo. Es muy temprano para él.
Camille y George se encaminan a la comunidad. Samuel está como ido. ¿Qué habrá pensado? Si quiere decírmelo, ya me lo dirá, y si no… no voy a poder convencerle de que me lo cuente. Él es así, cabezota como él solo. A eso solo le gano yo. Si es que a cabezota no me gana nadie. Me agarro a su brazo y nos vamos de prisa. Hace un frío que pela. Me meto la mano libre en el bolsillo.
Ahí está la carta. ¿Qué dirá? No puedo resistirme a leerla. ¿Tendrá Víctor una razón de peso para haberse unido a los agentes, pero ahora quiere reparar el daño hecho y por eso nos ayuda? Ni idea. Solo sé que debo confiar en él. Al fin y al cabo, nos conocemos muy bien. O por lo menos le conocía muy bien. Quién sabe si el gobierno no le habrá lavado el cerebro. El mío, por lo menos, tendrían que lavarlo muy bien para conseguir que me uniese a esa banda de niños sicarios. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario