martes, 16 de octubre de 2012

Capítulo 34: Reconciliación



“¡Mierda!” pienso. ¿Por qué ha tenido que venir? ¡Lo tenía todo controlado! Ahora tendré que bajar a ayudarle, si no le matarán. Por lo menos ahora somos dos.
-¡Idiota! ¿Qué quieres, que te maten?- grito enfadada. Samuel parece relajarse cuando me ve en el techo. Puedo comprobar el estado de los chicos. El cristal no les ha hecho tanto daño como esperaba. Apenas tienen algunos arañazos. Me miran impresionados. Seguro que no se esperaban un truco como ese. Tienen pinta de ser esa clase de chicos que creen que las mujeres no podemos superarles en nada. ¡Pues chupaos esa! Aunque no me ha servido de mucho, porque ahora tendré que bajar a ayudar a Samuel.
-Guau, menuda elemento estás hecha tú, nena.- dice Tom, que ya se ha repuesto de la impresión y parece creer que controla la situación. Lo tiene claro. Samuel y yo hemos estado entrenándonos durante una semana entera. Vale, no es mucho, pero nos encontramos en igualdad de condiciones: ellos no tienen armas. Mira hacia arriba con una sonrisita de suficiencia.
-¡Gabriela, corre! ¡Vete de aquí!- dice Samuel. Es estúpido. No soy una niñita de la que hay que cuidar. Salto desde el techo directamente. Hay tres metros, pero yo sé como caer. John me enseñó. El ruido de los cristales que crujen a mi caída hace que me sobresalte. Pensaba caer en plan pantera elegantísima, pero me ha salido un poco mal. No importa. Levanto los puños, adelanto una pierna y me agacho un poco, justo como me dijo Fred para ser más rápida en pegar puñetazos. Tom se acerca un paso a mí, aunque todavía está lejos.- ¡Gabriela!- grita. Le pega un gran puñetazo a Kyou, que va a por él. Kyou ni se inmuta. Le pega dos, tres puñetazos y sigue igual de impasible. Kyou le hace un gancho y Samuel escupe sangre.
-¡Samuel!- grito desesperada. Si a él le pasara algo… no quiero ni imaginármelo. Kyou deja inconsciente a Samuel en cuestión de segundos. ¡Por favor, Samuel, resiste! ¡No puedes morir! Veo que tiene la intención de rematarlo.- ¡No! ¡Lucha conmigo, si te atreves!- le grito encolerizada, para que deje a Samuel en paz. Parece divertido. Hace un gesto a Tom y éste le deja pasar.
-Tú y tu noviete ya me estáis molestando de verdad. Te voy a dejar fuera de combate en cuestión de segundos.- alardea.
-¿No sabes que ser modesto es una cualidad muy atractiva en un hombre?- le replico. Tom se ríe. Entonces la veo, en el suelo, al lado de Samuel. ¡Mi mochila! ¡Allí tengo cuchillos! Si pudiera llegar hasta ella…
-¡Anda! Y yo que creía que a las chicas os iban los chulos…- dice con una sonrisa socarrona.
-Los chulos puede, pero los fantasmas no.- le contesto. Le hago un gesto para que se acerque, justo como antes. Parece enfadado de verdad. Estiro la pierna para darle una patada en toda la cara, pero él la coge simplemente con una mano. Tira de la pierna y me hace una llave de judo. Me tira al suelo casi sin esfuerzo. El dolor de los cristales clavados en mi espalda es insoportable. No puedo evitar un chillido agudo de dolor que sale abrasando mi garganta. Me retuerzo de dolor en el suelo hasta que Kyou me levanta del suelo tirándome del pelo.
-Pensaba que tú y yo podíamos divertirnos un poco, pero estás incordiando demasiado. Zorra.- me susurra al oído. A sus palabras le sigue un puñetazo. He perdido la esperanza de que alguien venga en nuestra ayuda. Como dijo George, “a estas horas no hay nadie en la cocina”. También de coger la mochila. Está demasiado lejos para mí.
Noto como la sangre corre por mi mejilla. Me ha hecho un corte. Me vuelve a lanzar al suelo, con tanta fuerza que llego hasta la zona en donde no hay cristales. Menos mal. Esta vez caigo de frente, y noto como me hago heridas en las palmas de las manos, en la frente, en la barbilla, en las piernas… Ya no quiero seguir más con esto. ¿Por qué no me mata de una vez? Pero no, no puedo pensar así. Samuel está a unos metros de mí. Le matarán en cuanto acaben conmigo. Y también acabarán con mis amigos, tanto los de siempre como los nuevos. Tiemblo en cuanto pienso en la pequeña Hannah y a los gemelos en sus manos. Y los niños que a menudo corretean por aquí. Y todas las personas que viven aquí, que nos han acogido, que han prometido ayudarnos. Debo hacer un esfuerzo. Por ellos. Por Samuel. Me da igual que él no me quiera, porque él lo es todo para mí. Sin él no soy nadie, no soy nada.
Me levanto lentamente y me saco el cristal más grande que está clavado en mi espalda. Ya no me duele nada. Me limpio la sangre de mi cara con el dorso de mi mano. Miro enfurecida a Kyou, esperando su próximo paso, intentando saber qué piensa hacer a continuación. Intento trazar un plan desesperado. A falta de cuchillos, tendré que empuñar una de las sartenes de Hannah. Haciendo un esfuerzo hercúleo, consigo llegar a una. La sostengo lo más alejada posible de mí. Tom se me acerca, pero Kyou le detiene.
-No.- dice.- De la niñata esta me encargo yo.- Se acerca lentamente. Hago un esfuerzo y le doy un sartenazo. Se tambalea. Le doy otro. Empieza a salirle sangre. ¡Ya casi está! Kyou está un poco aturdido. Voy a darle el golpe de gracia cuando Tom me agarra la sartén por detrás. Me tira al suelo de un empujón.
Espera. ¿Eso es un espejismo? A lo mejor ya estoy muerta y esto es el cielo, porque veo como Samuel se levanta y aprieta los puños, enfurecido. ¡No, no es un espejismo! ¡Es real! Se acerca un poco. ¡No, Samuel, la mochila!
-¡Samuel!- chillo todo lo fuerte que puedo.- ¡La mochila tiene lo que necesitas!- Él mete una mano y saca dos cuchillos. Le lanza uno a Kyou, y después otro a Tom, quienes se han girado hacia él al oír mi grito. Directos al corazón.
-Eres igual que ella.- dice Tom con su último aliento.
-No, nunca seré como ella. Yo sé lo que es amar de verdad a alguien.- le contesta. No puedo oír más, porque me desmayo.

-¿Gabriela? ¿Gabriela?- una voz infantil me despierta. Abro los ojos uno a uno, y veo que estoy en la enfermería. Carlos no está en la cama de al lado. No sé quién me ha hablado, porque estoy tumbada del revés en la cama. Intento levantarme, pero la espalda me duele a rabiar.- ¡No, tonta, que te vas a hacer daño!- me regaña la voz infantil. Creo que es Helena. ¡Sí, es Helena!
-Uh, cómo me duele… ¿Puedes ayudarme a levantarme?- le pido.
-Ya te ayudo yo.- dice Samuel. No le veo, pero reconozco su voz al vuelo. En una ocasión alguien dijo algo parecido, pero creo que no era él… da igual, me duele la cabeza cuando me esfuerzo en recordar algo tan lejano. Dejo que Samuel me ayude, pero sólo porque quiero verle. Quiero saber cómo está. Helena se va, diciendo que es hora de desayunar y sus padres la esperan. ¿Hora de desayunar? Tampoco he estado mucho tiempo inconsciente. Últimamente me estoy pasando con los desmayos.
Me da la mano y con su ayuda me doy la vuelta y yo misma me siento en la cama, ya que, aunque me quitaron los cristales, todavía tengo la espalda dolorida. Le miro atentamente, buscando secuelas del ataque. Parece que está bien, salvo por un gran moretón en la mejilla. Y un ojo morado. ¿Le dolerá? ¿Se habrá puesto hielo? Alzo la mano para tocarle el moretón, pero recuerdo que iba a ser indiferente con él. Escondo la mano en mi espalda, me muerdo el labio y le miro a los ojos. Todavía tiene que darme algunas respuestas.
-¿Dónde está George?- le pregunto. No puedo evitar preocuparme. Es evidente que George habló con Samuel antes de que los agentes me encontraran. Si no, ¿Cómo supo dónde estaba mi mochila?
-Aquí estoy.- dice George detrás de mí. ¡George! ¡Está bien! ¡Qué alegría! Yo ya lo había dado por muerto cuando vi entrar a los chicos de negro. Se me escapa una lágrima solitaria. Intento moverme para verle, pero la espalda me da un tirón espantoso. Samuel parece darse cuenta de lo que pretendo y le hace un gesto a George para que se acerque. Él lo hace y le veo mejor. Ni un arañazo. ¿Cómo es posible? Le doy un abrazo raro, porque no puedo estirar los brazos mucho sin notar el tirón. Veo que él también tiene dificultades: No quiere tocar mi espalda herida.
-Por favor George, no vuelvas a darme estos sustos. ¡Creía que estabas muerto!- él se ríe de mi ocurrencia. Mira a Samuel un instante y se va. ¿Qué? Miro a la cama de al lado. Carlos no está. A lo mejor ya está mejor. ¿Piensa dejarme a solas con él? Será una broma, ¿No? ¡Yo ya le conté todo lo ocurrido! Será traidor… Respiro hondo tres veces antes de poder mirar a Samuel otra vez a la cara. Intento poner cara de póker. Él me mira dolorido.
-Gabriela…  yo…- empieza. Parece a punto de llorar. ¿A punto de llorar? Mira que es buen actor. Eso tengo que reconocérselo. Vuelvo a respirar hondo. Espero a que siga. No lo hace. ¿Qué está esperando? ¿A caso quiere que hable yo?
-¿Tú qué?- demando. Él se acerca más a mí. Pone sus manos en la cama. A esta distancia de él, no puedo seguir con mi propósito de ser indiferente. Me cuesta pensar. Tengo tantas ganas de que me bese… ¡No! Me partirá el corazón, como dijo su hermana. Con su cara a un palmo de distancia de la mía, me mira con los ojos entornados, con una desesperación que me sorprende. Se habrá ganado el corazón de más de una con esa mirada. Me aguanto y espero su respuesta, con los labios fuertemente apretados.
-George me contó lo que pensabas de mí. Él fue a buscarme para que te llevase yo la mochila y pudiese hablar contigo. Claro, cuando él estuvo en la celda ellos estaban todavía allí.- suelta. ¡Maldito traidor! ¿Es que no sabe guardar un secreto? ¡Y encima va a buscarle para que hable conmigo!- Y yo… quiero decirte que en parte, lo que te dijo mi hermana es cierto.- “por lo menos es sincero” pienso. Pero una parte de mí había esperado que él lo negase. Y ahora esa parte se retorcía de dolor.- Pero lo que tú pensaste no concuerda para nada con la realidad. He estado con muchas chicas, eso es verdad. Pero ninguna era como tú. Ninguna te llega ni a la suela de los zapatos, siquiera. Ellas… eran para mí un entretenimiento, pero tú… eres la primera chica que me hace sentir lo que siento. No quería implicarme contigo como lo estoy ahora, ya te lo conté. Cuando me miras, cuando sonríes, mi corazón empieza a latir tan rápido como si quisiera salírseme del pecho e ir contigo. Cuando no estoy contigo… de verdad que creo que muero. Porque sin ti... me siento vacío, como si una parte importante de mí dejase de existir. Ayer, cuando te vi flirteando con esos… con esos…- se atraganta. Su mirada se ensombrece. Quiero que siga, quiero que siga hablando. Porque acaba de describir exactamente como me siento yo.- Me entraron ganas de explotar. Nunca me habías mirado así, ni me habías hablado con ese tono de voz. Desde luego, nunca te había hecho falta seducirme a mí.- dice riendo.- Yo ya había caído solito en tus redes, no te había hecho falta atraerme. Y luego me enfurecí, pensando en que… pensando en que seguramente habrías mirado a otros de esa manera. Por eso me comportaba así, no porque me había cansado de ti. Intenté que te pusieses igual de celosa que yo coqueteando con Lourdes, pero… Tú charlabas con George como si nada, mirándolo de esa manera… y susurrándole al oído… me moría de ganas por saber de qué estabais hablando. Luego, Miguel casi tuvo que atarme a la cama para que no fuese detrás de ti a la enfermería. Lo demás ya lo sabes.- sonríe.- Antes de que digas nada: Te quiero. Con todo mi cuerpo y mi alma. No lo olvides.
Me acerco tanto a él que nuestras frentes se tocan. ¿De verdad siente eso por mí? No lo creo. Él es tan… perfecto. Y yo soy tan… rara. Ya antes me había costado creer que me quisiera. Pero parece que está siendo sincero. Le conozco, y nunca le he escuchado decir ni una sola mentira. ¿De verdad que ha sufrido tanto por mi culpa? Imposible. Pero, ¿Por qué le doy tantas vueltas? Si él dice que de verdad soy la única que le ha hecho sentir cosas especiales, ¿Por qué no dejo de darle vueltas y le hago caso? De todas formas, ¿Qué puedo perder? Si me niego a creerle, le perderé. Y si está mintiendo, también le perderé.
-Que sepas que a partir de ahora voy a intentar volverte loco con mis artes de seducción recién descubiertas.- le susurro al oído. Le beso en el cuello. Le acaricio con mi dedo índice el vientre, por debajo de su camiseta. Lo habría intentado con su espalda, pero ahora mismo no puedo estirarme tanto. Noto que se muere por que le bese en la boca. Juego un poco más. Me alejo y me humedezco los labios, mirando hacia el suelo con falsa timidez hacia el suelo. Levanto la vista lentamente. Él no puede más y atrapa mi cara con sus manos. Me besa apasionadamente. Sólo ha pasado un día desde que no le besaba. Me ha parecido toda una eternidad.
Escucho ruido en la puerta. Álvaro y Camile entran. Samuel me aparta dulcemente.
-¡Vaya, Ella!- grita Álvaro.- ¿Ya vuelves a estar dolorida otra vez? Mira que eres torpe.- Camile se ríe y yo me enfurruño. ¿Por qué no se van? Quiero seguir besando a Samuel.

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