lunes, 8 de octubre de 2012

Capítulo 31: El secuestro


Han pasado tres días ya desde mi cumpleaños. Tampoco ha pasado gran cosa desde entonces. Bueno, nos han aumentado el entrenamiento a dos sesiones al día. Todo lo que hacemos es dormir, comer, entrenar. Luego comer, entrenar, tareas de la comunidad, dormir. Todos los días igual. Oh, bueno, ayer terminamos pronto las tareas y volvimos a entrenar. ¡Se supone que no vamos a luchar! ¿Para qué queremos tanto entrenamiento? Es verdad que Francesco no está en muy buena forma, y que como lo cojan… chungo. Pero, ¡Si la misión es dentro de una semana! ¿Qué esperan hacer, un milagro? Yo, en realidad, me siento un poco más ligera. Pero sólo eso. Samuel no para de quejarse. Que si él nunca va a aprender a pelear cuerpo a cuerpo, que si es muy lento de reflejos y eso no se puede solucionar… Yo intento consolarle diciéndole que así se pone más cachas. Las primeras veces que se lo decía dejaba de quejarse, pero ya no funciona. Ahora mismo, se está quejando. Yo lo ignoro en la medida de lo posible. Vamos otra vez al río a bañarnos después del entrenamiento, pero esta vez con Francesco. Francesco escucha las quejas de Samuel pacientemente. Cuando quiere puede tener la paciencia de un santo. Todavía llevo puesto su collar, el que me regaló. Ya veo el río. Me quito la ropa, la dejo a un lado y echo a correr exclamando:
-¡Tonto el último!- y salgo a correr hacia el río.  Detrás escucho a Samuel y a Francesco empujándose. Me quito la ropa corriendo y me tiro de bomba al agua. Está muy fresquita, y después del entrenamiento viene bien. Buceo y nado un poco. Francesco llega a los pocos segundos. Samuel llega el último. Por lo visto, Francesco le ha pegado un empujón y se ha caído de culo. Está rumiando algo sobre una tal Esperanza. ¿O ha dicho venganza? Creo que va a ser lo segundo, sí.
-Como te pille, te enteras.- le afirma Samuel a Francesco. Se tira al agua de cabeza y nada hacia él. Se pelean un rato y yo sigo nadando. Estoy tan a gusto que tengo ganas de cantar. Aunque siento una sensación rara, como si nuestra paz estuviese a punto de ser alterada. Me pongo a cantar mi canción favorita de cuando vivía en el mundo perfecto. No llego bien a los altos y tengo que hacer falsete, pero me sé la letra de memoria.

Todavía no sé
Qué es lo que me pasa contigo,
Porque cuando estamos juntos, cariño,
Me olvido de quien soy, de quien fui y de quien seré.

Samuel y Francesco paran de pelear y me miran.
-Amor, no es por desilusionarte, pero cantas de pena.- observa Samuel. Frunzo el ceño y cruzo los brazos.- Erre, ¿Te has enfadado? ¡Pero si yo creía que a las chicas os gustaba que los tíos fuesen sinceros!- Declara viniendo hacia mí. Le doy la espalda. Él pone una mano en mi hombro. Yo no la aparto.
-Una cosa es ser sincero y otra muy distinta es ser hiriente.- expone Francesco.
-No me importa, Samuel, si sé que canto fatal. Pero es que estaba tan a gusto y de repente sueltas cosas que…- ¿Por qué he dicho eso? ¿De verdad que yo me he enfuscado por una cosa como ésa? Pongo mi mano sobre la suya. Él se ha pasado, pero yo también. A lo mejor es por esta sensación que tengo, de que algo va a salir mal. De que corremos peligro.  Estamos tan a gusto aquí que decidimos escaparnos esta tarde del entrenamiento. De todas formas, nadar también es hacer ejercicio. Sigo con esa sensación toda la tarde. Ni siquiera los besos de Samuel, que por lo general curan todos mis males, logran apartarla.
-¡Venga, tortugas marinas, a ver si me ganáis en una carrera de natación!- les digo a los chicos, a ver si la sensación se apacigua si consigo entretenerme un rato.
-En primer lugar, nos has llamado tortugas “marinas”, y estamos en un río. En segundo lugar, no quiero que te enfades otra vez conmigo porque te gane, tesoro.- dice Samuel. Me limito a reír.
-No pienses tan rápido en la victoria, amor. Recuerda que soy como mil veces más rápida que tú.- aseguro, acercando mi cara mucho a la suya. Tanto, que siento su aliento en mi frente. Me saca como una cabeza cuando se pone erguido. Esta pose de creído suya en cierto modo me atrae. Aunque nunca se lo diría. Él me da un beso en el cuello, que hace que me derrita.
-Sólo por tierra, nena. Te aseguro que el agua es mi elemento.- dice recorriendo mi mandíbula con su nariz. Francesco ya se limita a ignorarnos. Por lo visto, encuentra muy interesante mirar sus dedos arrugados por la humedad. Incluso se mira los dedos de los pies.
-¡Francesco! Ponte ahí y mira a ver quien llega antes, por favor.- me giro y le digo señalando un punto a unos treinta metros en el río. Él se encoje de hombros y va nadando estilo perrito hacia allí. Samuel y yo nos colocamos a la misma altura. Me da un largo beso.
-Que gane el mejor.-dice, antes de que Francesco grite “¡Ya!” y los dos salgamos escopetados nadando. Samuel me lleva cierta ventaja. Con mucho esfuerzo, consigo mantenerme a su altura un instante, no mucho tiempo. Cuando ya casi llegamos, noto que reduce la velocidad. ¡Será tramposo! ¿Qué pretende, dejarme ganar?
El sonido de un disparo nos detiene. Nos incorporamos rápidamente y nos miramos para comprobar que ninguno de los tres está herido. Salimos a la vez del agua y nos dirigimos al lugar de donde procedía el ruido del disparo. Nos escondemos detrás de un árbol. ¡Son dos chicos de negro! Pero no dos cualquiera, son los que dejé inconsciente aquella vez. Claro, me pregunto por qué no han venido antes.  Y han disparado a alguien. No, a alguien no, le conozco. Su pelo pelirrojo destaca bastante. Desde esta distancia, creo reconocer a Carlos. Le han disparado en un muslo. Me enciendo de rabia. ¿Cómo han podido? ¿Cómo han podido tocarle siquiera? Miro a Samuel y a Francesco, que también han reconocido a Carlos. Pero claro, ellos no pueden saber que sí conozco a los chicos. Salgo de mi escondite y me dirijo hacia ellos. Una vocecita en mi cabeza me dice: ¿Estás loca? ¡Te van a matar! Y ni siquiera estás armada. Pero otra más imperiosa, la de Carolina concretamente,  me dice: Prometiste cuidarlos, Gabriela. Y las promesas se cumplen.
-Y ahora, pequeñajo, nos vas a llevar con tus amiguitos, si no quieres morir.- estaba diciendo el moreno. Se calla en cuanto me escucha. Su compañero, el rubio, me sonríe maliciosamente.
-¡Hombre! Si es nuestra amiga, la guerrera.- me mira de arriba abajo. Me doy cuenta de que todavía estoy en ropa interior. ¡Mierda! La sonrisa del chico se ensancha aún más. Me mira con una mezcla de rabia y deseo.- ¡Pero qué sorpresa más agradable! Ven, preciosa. No pudiste olvidarme, ¿Verdad? Ya sabía yo que querías otra cosa, aparte de querer matarnos a Kyou y a mí.- me asusto un poco, pero veo a Samuel, con las manos apretadas de rabia, que mira la escena desde detrás de los chicos. Le dice algo a Francesco y los dos miran frenéticamente alrededor.
-¡Anda, Tom! Me dijiste que la chica era agresiva, pero no que tuviese tendencia a ir medio en bolas.- le contesta el moreno, Kyou, al parecer. Suena a nombre asiático, pero no tiene ningún rasgo que lo delate.
- Bueno, bonita. ¿A caso quieres ofrecernos tu rendición? Sabes que tendremos que matarte igualmente, pero podríamos pasar un buen rato tú y yo.- me pone enferma. ¡Será…! Pero decido darles un poco de charla, para que a Samuel y a Francesco les dé tiempo de encontrar lo que buscan. Me acerco más. Le sonrío pícaramente.
-Ni en tus sueños. Cabrón.- le escupo en la cara, sin perder la sonrisa. ¡Por favor, chicos, sed rápidos! Me alejo un paso de él, que suelta una carcajada.
-Gabriela, sabes que lo estás deseando.- me dice, volviendo a acortar la distancia entre nosotros. Me dan arcadas, pero las contengo. El otro chico también se acerca.
-A lo mejor te gustan más los morenos, ¿No es así?- dice el tal Kyou. Me río al recordar el último que me lo dijo. Se me enciende una bombillita. ¡Claro! Podría enfrentar a los chicos para así ganar un poco de tiempo. Álvaro y Samuel no paraban de pelear, y sin que yo les provocara. Le muerdo el lóbulo de la oreja a Kyou, que se queda atónito. Normal. Seguro que eso no se lo esperaba. Tom, que lo ha visto todo, me mira encolerizado, pero todavía con deseo. Nunca supe explotar mi “potencial femenino” como diría Carolina, así que me siento un poco estúpida.
-Tu amigo no tiene razón. Me ponen más los rubios.- le miento susurrándole al oído, sin que Kyou me oiga. Me tengo que agachar, incluso. Patético, pero efectivo. Me alejo un poco, como si quisiese admirar mi obra. Al mismo tiempo, los dos se acercan a mí, dándose cuenta de que el otro también lo hace. Se miran enfurecidos.
-¡Es mía!- ruge Tom.
-¿Pero no ves que me prefiere a mí, imbécil?- exclama Kyou. Los dos se enzarzan en una pelea. Toda mi fachada de chica dura y provocativa se desmorona. Miro a Samuel, que me mira enfurecido. Veo la gran piedra que sostiene y le grito “¡Ahora, Samuel, ahora!” Le da un golpe con la piedra a cada uno, que caen inconscientes otra vez. Caigo al suelo. Samuel se arrodilla a mi lado y me susurra palabras tranquilizadoras al oído.
-¡Menuda Femme Fatale estás hecha tú, Gabrielita!- suelta Francesco en voz de grito. Está ayudando a Carlos, a quien ya le ha quitado la bala y cortado la hemorragia con su camiseta, la que supongo que ha ido a buscar al río, pero parece muy débil para hablar.
-Gabriela… ¿Se puede saber qué coño hacías? ¡Parecía que te ibas a liar con esos dos tíos!- dice Samuel enfadado en cuanto parezco lo suficientemente tranquilizada. Nunca con anterioridad lo había escuchado decir tacos.
-¿¡Y qué querías que hiciese!?- le grito.- ¡No tenía armas y tenía que distraerlos para que no nos matasen!- le chillo. Ese grito tan agudo no parece haber salido de mí.
-¡No tendrías que haber salido del escondite! ¡Eres tan… impulsiva! ¡No piensas nunca en la repercusión de tus actos!- me acusa con la cara enrojecida.
-¡A ti lo que te pasa es que estabas celoso!- rujo.- Y ahora, será mejor que decidamos qué vamos a hacer con estos dos gilipollas.- le doy una patada al rubio.
-La Femme Fatale tiene razón. Podrían despertar en cualquier momento, esos dos.- dice Francesco.
-¡Tú no te metas!- grita Samuel. Una vena del cuello se ha hinchado y parece que va a estallar.
-¡Samuel, por favor!- le imploro. Se está pasando.
-No podemos dejarles aquí, volverían con refuerzos.- dice Samuel en voz baja. Parece más sereno. Mucho mejor. Pero ahora no me mira. No sé si es peor, su ira o su indiferencia. Tampoco puedo decidir qué me duele más. También hay que comprenderle. El otro día yo también me alteré cuando me lo imaginé con otras, y él me había visto ligar descaradamente con los agentes especiales, pese a que fuese una artimaña para distraerlos.
-En ese caso, ¿Qué propones? ¿Que los matemos?- dice Francesco. Una parte de mí quiere estrangular a esa gente por el daño que han hecho, pero otra me dice que nosotros no somos como ellos, crueles y despiadados que no tienen ningún aprecio por las vidas de los demás. Voy a negarme en rotundo, pero Samuel se me adelanta.
-No. Pueden ser una buena fuente de información.- observa, pensativo. Supongo que está recordando el modo en el que su hermana intentó sacarle información. Voy a acariciarle la espalda, pero algo me dice que no recibiría bien esa caricia. Me sereno e intento recomponer mi voz, que no se note la lástima en ella.
-¿Qué propones, entonces?- pregunto. Samuel sonríe.
-Propongo secuestrarlos.- dice, después de una pausa. Francesco asiente con la cabeza y yo me dirijo a por mi ropa. Si vamos a tener que cargar con ellos hasta la guarida, prefiero hacerlo vestida, al menos.

2 comentarios:

  1. Holaaa ¿Podrías dar mas información de la otra web ?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy escribiendo unos avances para hacer otra entrada con más información, el martes o el miércoles la subo ;)

      Eliminar