viernes, 5 de octubre de 2012

Capítulo 30: Mi cumpleaños



Estoy flotando boca arriba en el río, intentando hacer el muerto, pero no funciona: me lleva la corriente. Cuando me alejo, Samuel me tira del pie. Me aburro.
-¿Podemos irnos ya?- le digo. Él se limita a besarme. Si está intentando distraerme, funciona de perlas. Mis manos van derechas a su pelo, para atraerlo más a mí. El hace lo mismo, pero agarrándome de la cintura. Ya estoy más familiarizada con las pequeñas descargas, pero siguen igual que desde el primer beso. O incluso puede que hayan aumentado, no sabría decirlo. El beso es muy lento y pausado al principio, pero yo quiero más, como siempre. Me aprieto más contra su pecho. No quiero que esto acabe nunca. Vuelvo a poner las piernas alrededor de sus caderas, como ayer. Noto que él está distante. ¿Ya no me desea? Paro un momento y él me mira. Siento un poco de vergüenza de repente. Estoy en ropa interior, Samuel y yo nos quitamos la ropa para bañarnos. ¿Será que, al verme sin ropa, no le gusto? No tengo mucho pecho, y mis caderas son demasiado anchas. Además, en los pocos días que llevo aquí, a pesar del ejercicio, he cogido algunos kilos de grasa.
Samuel es otra cosa. Parece de esa clase de chicos que, coman cuanto coman, parecen no engordar. Y esos músculos, madre mía… parecen haber aumentado. Será por el entrenamiento. Mañana no me quejaré tanto cuando llegue la hora de entrenar. Le miro a los ojos, esos ojos azul-grisáceos como una nube de tormenta, como el lugar del horizonte en el que el mar y el cielo se mezclan para la vista, que me hacen perder el hilo de mis pensamientos. Ya no creo que me vea gorda. Su mirada está llena de deseo. No puedo resistirme y vuelvo a besarle. Más. Mucho más. Quiero más. Dejo de pensar. Samuel me saca en brazos del agua, sin dejar de besarme. Nos tumbamos en la roca en la que me sequé esta tarde. La cosa se caldea bastante. Un fuego extraño y sobrecogedor se apodera de cada rincón de mi cuerpo. Samuel pone la mano en el cierre de mi sujetador. Esto me hace volver a pensar. Lo detengo.
-Samuel, no es el lugar.- le digo. La verdad es que eso no me importa. Lo cierto es que me da miedo hasta dónde podamos llegar. Nunca lo he hecho antes. Pienso que Samuel es el chico con el que había soñado que sería mi primera vez, pero… No así. Pensaba que sería especial. Además, no tenemos protección. Ese es un problema en el que no se me había ocurrido pensar. Nunca podré hacer el amor con Samuel sin arriesgarme a quedarme embarazada. Samuel parece que entiende lo que me pasa. Aparta las manos de mí, no sin cierto esfuerzo, y me da un beso en la frente. Va y se pone la camisa y los pantalones del uniforme, a pesar de que aún está húmedo, y me pasa mi ropa, sin mirarme. Temo que se haya enfadado. Me acerco a él.- Lo siento mi amor.- le susurro al oído. Él, sin darse la vuelta aún, me dice, también en susurros:
-Aunque me encantaría verte así, casi desnuda, todo el día, no soy responsable de lo que pueda pasar si no te vistes.
Le hago caso en seguida y me pongo la ropa. Mi ropa interior ya casi se ha secado. Casi. No se está del todo mal, a pesar de ser casi de noche hoy no hace tanto frío y que las nubes presagian tormenta dentro de unos días. O a lo mejor es que yo estoy muy acalorada. Le cojo de la mano, como para reconfortarle, pero ya parece más alegre. Me sonríe, con esa sonrisa triste que me mata.
-Seguro que llegaremos tarde a la cena. John se habrá comido nuestra parte, a estas horas.- dice en tono burlón. Suspiro aliviada, ya que parece que no le importa. Pienso que sabe que es mi primera vez, pero, ¿Será la primera vez de él? Me muero de rabia al imaginarlo con otra en sus brazos. ¿Le pasaría a él lo mismo cuando me veía besándome con Álvaro? En verdad, no sé cuándo se enamoró de mí. No se me olvida lo que me dijo Álvaro aquella vez: “y me di cuenta de que también le gustabas a él”.
-Samuel… ¿Cuándo te diste cuenta de lo que sentías por mí?- pregunto, curiosa.
-¿Cuándo? Pues, vamos a ver… Supongo que desde el día en el que te conocí. Cuando te vi llegar así, calculando tus posibilidades en una pelea contra mí (porque se te notaba, y mucho), tan bella como una diosa de la guerra, pensé: “No me importaría morir a manos de alguien como ella”. Luego, cuando me hablaste, yo sólo quería alejarme de ti, antes de que me embrujases por completo. No quería distracciones, tenía que encontrar a mi hermana.- Se ríe con cierta amargura.- Después, cuando vi tu lado bueno, cuando me abrazaste, me consolaste y  prometiste ayudarme, creí que estaba muerto y eras un ángel. Cuando os vía a ti y a Álvaro juntos… me prometí a mi mismo que dejaría de sentirme así. Pero luego… tú te acercaste más y más a mí, y mis promesas se volvieron nulas. A pesar de todo, algunas veces estuve a punto de declararme y tú no me detuviste. Eso me llenó de confianza. Cuando volví aquella tarde y os vi en el lago, sumado a todo el esfuerzo de mi huida, no pude más y me desmayé. Por eso, la otra tarde, cuando te vi mirándonos a Carolina y a mí, con esa mirada de perrito abandonado… supe que ya habías conseguido olvidarle y que era mi oportunidad. ¿Y tú? ¿Cuándo abriste los ojos y supiste que yo era a quien siempre habías buscado?- pregunta de guasa. Pongo los ojos en blanco. Pienso un poco.
-A ver… ¿Cuándo? Resulta difícil de saber. Desde que me dijiste aquellas borderías tuyas y vi que no quería mandarte al cuerno de cabeza, supe que algo raro había.- me río sólo de recordarlo. Samuel… me sacaba de mis casillas de verdad. A veces lo sigue haciendo.- Esa noche, en la que tú dices que os miraba con cara de perrito abandonado, estuve dándole vueltas. Me sentía celosa de que vieses a Carolina atractiva y a mí no. Hasta entonces no me había dado cuenta de que me importaba lo que pensases de mí en ese sentido. Nunca me había importado estar guapa cuando estaba con Álvaro. Luego, por la mañana, contigo dormido a mi lado… me sentía más nerviosa de lo que había estado nunca.
Samuel me da un dulce beso.
-¡Si tú estás preciosa siempre, amor! No me cansaré de decirte que ese uniforme te queda de maravilla.- me sonrojo un poco. Pensar en lo ciega que he estado… ni en un millón de años me habría imaginado entonces que Samuel me amaba.- Te sienta bien el negro. Pareces Catwoman.- Imito el gesto de la mítica heroína, con el gruñido y todo.
-Venga, Catwoman, no te desmadres que tenemos que ir a la cocina.
Ya es tarde, supongo que me habrán preparado una fiesta o algo así en la cocina. ¿Por qué si no insistiría tanto Samuel en llevarme a la cocina? Le sigo el rollo y vamos a la  cocina, hablando de súper héroes.
-Pues si yo soy Catwoman, tú eres Batman. También él va de negro.- se queja diciendo que no es uno de sus héroes favoritos. “Prefiero  ser Spiderman. Todo el rollo ese de las telarañas molan” dice.  “Pues a mí me preocuparía tener un novio que compartiese genes con la viuda negra” le respondo. Se ríe. Empiezo a conocer las clases de chistes que le van. Chistes de empollones. “Eres muy rarito, ¿Lo sabías?”. “Tú tampoco te quedas atrás”.
Samuel ni siquiera me deja que vaya a cambiarme. Dice que vamos con mucho retraso. Sonrío. ¿Qué clase de fiesta será? ¿Estarán todos? ¡Me muero de curiosidad!
-¡Espera!- grita Samuel. Entra en la cocina antes que yo y vuelve en cuestión de segundos.
-¿Puedo entrar ya?- pregunto. Me encanta este juego.- Me muero de hambre. ¡Ni siquiera he probado bocado hoy!
-Venga, vale.- me dice, empujándome hacia la cocina.
-¡Felicidades, Gabriela!- dicen todos al unísono. Están todos: mis amigos de aquí y los del campamento. Han colocado flores por todos lados. Helena sujeta una tarta. ¡Una tarta! Dios mío. No quiero pensar siquiera lo que les habrá costado conseguir hacer algo así. Parece hecha con una masa parecida a la del pan, frutas y nata. Me hago la sorprendida.
-Con que era por esto por lo que estabais todos tan raros hoy…- hago como que reflexiono en voz alta riéndome.  Álvaro, que está a la derecha agarrando a Camile de la cintura, me mira. ¿Estará pensando en lo que pasó esta tarde? Ya está olvidado. Bueno, en parte sí. Colocan la tarta en una gran mesa, le ponen una vela y me cantan el cumpleaños feliz. Nunca sé qué cara poner cuando hacen eso.  Soplo las velas cuando terminan y me aplauden. Todos y cada uno de mis conocidos vienen a felicitarme. Me siento un poco estresada con tanta gente queriendo hablar conmigo. No me había sentido tan popular en la vida. Pero tampoco es que me guste mucho serlo.  Samuel está conmigo en cada momento, con una mano en mis caderas. Cuando la tarta se acaba y casi todo el mundo se va, me susurra.
-Feliz dieciséis cumpleaños, cariño. Ahora tenemos la misma edad.
-Gracias.-le susurro también. Él se aleja de mí y yo hago amago de seguirlo, pero me detiene. Saca algo de la cocina y me lo da. Está envuelto en hojas.
-¿De verdad pensabas que te ibas a quedar sin regalo?- musita, haciéndose el ofendido. Lo abro nerviosa. Es un colgante. Ha tallado un corazón en un trozo de madera muy clara, y en el centro ha inscrito “S ♥ G”. Está colgado de una cuerda trenzada muy fina.
-Oh, Samuel… ¡Me encanta!- le digo y le doy un beso, llorando de pura emoción. Francesco hace otra vez como si fuese a vomitar, y John y Fred nos silban. Les hago un corte de mangas. Nunca he sido más feliz en mi vida. Samuel me ayuda a colocarme el collar, y yo le prometo no quitármelo nunca. Nota mental: “Para el cumpleaños de Samuel tendré que currármelo”.

2 comentarios:

  1. Hola!!

    Ya te sigo y espero que tú también lo hagas ;-)
    Además quería avisarte de que tengo un concurso en mi blog y espero que te animes a participar.
    http://milirio.blogspot.com.es/2012/09/concurso-aprendiendo-amar.html

    Un saludo.

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    1. Hola! Muchas gracias! Ay, qué emoción, nueve seguidores! :O
      Ahora mismo me paso por tu blog para seguirte, y voy a ver de qué va ese concurso ^^
      Besos!

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