lunes, 17 de septiembre de 2012

Capítulo 20: Primera cita








Estamos todos sentados alrededor del fuego, comiendo algunos cocos que recogimos esta mañana. No puedo levantar la vista del suelo. Samuel está sentado a mi lado y estoy súper nerviosa, pero feliz a la vez. ¡Una cita! ¡Nuestra primera cita! Todo el mundo está callado, así que todos se dan cuenta de que Carlos se aclara la garganta y me dice:
-Gabriela, hace una noche preciosa. ¿Te gustaría venir conmigo a dar una vuelta por la playa?-lo dice tan rápido que tiene que repetirlo dos veces antes de que me entere. Me libro de contestar, Samuel lo hace por mí, mientras yo me limito a mirar al suelo.
-Lo siento, chaval. Tiene una cita conmigo.- parece un poco cohibido. Que mono. Algunos se ríen, otros ponen cara de sorpresa.
-Gabriela, Carolina, Lourdes, Inés, Michelle: Todas a nuestra tienda. ¡Ahora!-dice Camille. Lo dice tan seria que es imposible negarse. Tardamos poco en llegar a la tienda en donde dormimos todas las chicas juntas. Michelle, una chica muda con el pelo negro y ojos del mismo color me mira furiosa y se va. La he visto mirar unas cuantas veces a Samuel disimuladamente. En realidad, el nombre de Michelle se lo puso Camille, no sabemos el suyo.
-¿Y a ésta que mosca le ha picado?-pregunta Inés.
-Nada, déjala. Ahora tenemos cosas más importantes sobre qué hablar.-dice Camille.
-¡Es verdad!-dice Lourdes-¡Una cita! ¡Con el perfecto! Dios mío, ¿Pero de verdad te gusta o le has dicho que sí solo porque está bueno?
-Dios… está bueno, pero…-digo- creo que me gusta, me gusta de verdad.
-Hombre, eso ya lo sabía yo desde que os conocí.-dice Carolina.
-¡Pero da igual si le gusta o no!-dice Camille- Lo importante es: ¿Piensas ir a tu cita con esas pintas?-todas me miran de arriba abajo. La verdad es que no estoy muy guapa, todavía mojada y con esta ropa tan vieja y rota por el uso. Asiento con la cabeza. ¿Qué otra cosa me podría poner? No tenemos ropa bonita aquí. Camile me mira con cara de espanto y va en busca de algo en su baúl. Nunca entenderé por qué lleva un pesado baúl a todos lados en vez de una mochila. Saca un precioso vestido de tirantes corto, por las rodillas, de tul blanco con un lazo debajo del pecho.
-Vi un vestido de novia precioso en el vertedero y no pude resistirme a coger la tela para hacer otro vestido.-dice Camille. Muy propio de ella.-Además, tengo unas sandalias hechas con esparto. Las hice yo misma.
-¡Muchísimas gracias, Camille!-le digo, muy emocionada. Tanto que casi se me saltan las lágrimas. ¡Samuel podrá verme con un vestido bonito, para variar!- ¡Nunca podré agradecértelo lo suficiente!
A la hora y media más o menos salgo de la tienda. Llevo puesto el vestido, que han tenido que arreglar un poco, ya que Camille es mucho más pequeña que yo. Además, me han cogido un moño con trenzas y me han colocado una flor blanca en él. Al lado de la hoguera, sólo está Carlos, que se levanta en cuanto me ve y se ruboriza. Le pregunto por Samuel y me dice que está en la playa, a regañadientes.
-Estás… guapa.-me dice antes de que me vaya. Le sonrío, le doy las gracias y me despido de él con la mano.
Samuel está sentado en la arena, se levanta en cuanto me oye llegar. Me mira asombrado de arriba abajo, antes de decir:
-Guau. Estás hermosa, Erre. Si hubiese sabido que te pondrías tan elegante, me hubiera puesto algo más… decente.- Lleva puesta la misma ropa de esta mañana, pero para mí está perfecto como está. Le sonrío y me acerco más a él.- ¿Te apetece dar un paseo?- asiento con la cabeza. Soy incapaz de hablar.
Extiende la mano y yo le doy la mía. Me quito las sandalias y las sostengo con la otra mano. Siento corrientes eléctricas por donde me toca. Nunca antes me había pasado eso. El corazón se me acelera hasta límites insospechados. La luna está preciosa, y es verdad que las estrellas se ven de maravilla, pero no puedo estar atenta a nada más que no sea él. Su pelo brilla tanto a la luz de la luna… ¡Y esos ojos! Madre mía. Debería estar prohibido tener esos ojos. Son tan… azules… Se para de repente y me coge la otra mano. Se pone en frente de mí y clava sus ojos en los míos. Quiero perderme en ellos. Más que nada en el mundo.
-Si estuviéramos en el mundo perfecto,- dice- las cosas hubieran ocurrido de otra forma. Yo te hubiese visto de salir todos los días del instituto, esperando el momento justo para pedirte salir. Seguramente me hubieses rechazado unas cuantas veces, pero yo habría insistido. Te hubiera llevado al cine y, muy disimuladamente, te habría cogido de la mano en la oscuridad de la sala.- traza círculos con sus pulgares en la palma de mi mano. Sus palabras me tienen hipnotizadas- Luego te habría llevado a cenar a un lugar bonito, para ir después al pub de moda de la ciudad. Te habría sacado a bailar, y te hubiera besado mientras sonaba una balada lenta. – Me encantaría haber vivido esa historia con él. Pero no ha podido ser. Pero esta cita también es una cita perfecta. Los dos en la playa, bajo la luz de la luna y de las estrellas, cogidos de las manos…
 Levanta nuestras manos unidas y me acaricia la mejilla. Yo levanto la otra y le toco los labios. Otra vez esa corriente eléctrica. Tiemblo. Quiero que me bese. Le ha crecido barba en estos meses. Los chicos le han enseñado a afeitarse con cuchilla, pero no lo hace bien. Quiero saber si pica. ¿Por qué no me besa de una maldita vez? Me suelta las manos. ¿Por qué? No quiero que me suelte. Quiero seguir pegada a él. Levanta las manos y me las pone en el pelo. ¿Qué está haciendo? Me quita la flor y me deshace el moño.
-Mucho mejor.-dice. Parece que está temblando también. Me agarra del pelo y me acerca a él. Y me besa. Me besa muy, muy suavemente al principio. Pero yo quiero más. Le pongo las manos en la nuca y lo atraigo hacia mí, hasta pegarme a él como una lapa. Empieza a besarme con más deseo, y yo no quiero que pare. Me olvido de respirar. Me olvido de pensar.
No sé cómo, pero acabamos tumbados en la arena. La marea sube y las olas nos mojan, pero nos da igual. No quiero que esto acabe. Esta hambre voraz de él. Nunca había sentido nada parecido. Al final, después de un tiempo que bien podrían ser minutos u horas, se separa para mirarme. Una sonrisa muy, muy dulce se asoma en sus labios. Vuelve a acercarse a mí y me da un beso más corto y tierno. Se me encoge el corazón. Se levanta y me tiende la mano para ayudarme a levantarme. Me miro el vestido de Camile. Está hecho un asco. ¿Dónde están las sandalias? Ni lo sé ni me importa. Me pierdo otra vez en sus ojos. ¡Cómo brillan!… parecen piedras preciosas. Zafiros.
-Ni el mejor de mis sueños se parece remotamente a esto.-me dice.
-Ni el mío tampoco.-le contesto, y vuelvo a besarle. Sus labios son como una droga para mí. Debe de ser ya muy tarde, sería mejor irse. Me aparto de él quejumbrosamente. Él me mira, se ríe y me arregla un poco el pelo. Nos vamos de la mano al campamento.
“Una primera cita perfecta”, pienso.

Me levanto sonriendo.  Después de despedirme de Samuel, cuando me acompañó a la puerta y se fue, estaban todas despiertas esperándome. Camille se puso hecha una furia cuando vio el estado del vestido y mi pelo y le conté que había perdido las sandalias. Las demás me pidieron que les contase detalle a detalle lo que pasó. Estaban que se subían por las paredes cuando llegué a la parte del beso. ¡Nuestro primer beso! Y qué beso. Nos quedamos hablando hasta que amaneció, lo que no fue después de mucho tiempo. Las horas con Samuel me habían parecido minutos. Y además, cuando me dormí, soñé con él.
Tengo que hacer un esfuerzo para dejar de sonreír. En la tienda sólo estamos Michelle y yo. Michelle me está mirando enfurecida. Ahora que lo pienso, ¿En dónde se metió anoche? Cuando llegué no estaba. Le sonrío, me pongo la ropa y salgo de la tienda. Hoy me toca pescar con los gemelos. Puaj, no me gusta como huele el pescado crudo. Pero hay que comer, y aquí abundan los peces. Cuando llego a la playa, Carlos me hace el vacío y Pablo me mira y se ríe. Oh, no. Otra vez estoy sonriendo tontamente. Pero es que soy tan feliz… Y no me importa que el pescado huela mal, intento pescar todos los que puedo lo más rápido posible. Quiero verle otra vez. ¿Dónde estará? ¡Ah! Hoy le toca recoger leña con George y José. ¿Pensará tanto en mí como yo pienso en él? Muy poco probable. Quiero terminar tan rápido que lo hago peor que nunca, pero me da igual. Me río a carcajadas cuando se me escapa un pez. Pablo también se ríe de mí, y poco a poco Carlos también empieza a sonreír.
-¡Gabriela! ¡Cuidado con dónde miras! ¡Vas a tirar el cubo de los peces!- me dice Pablo cuando estamos volviendo al campamento. Me iba tropezando. ¡Si es que no puedo parar de pensar en Samuel! Vuelvo a reírme a carcajadas y les contagio mi risa. Llegamos a donde están los demás riéndonos aún. Samuel está apilando la leña. Se ha quitado la camiseta, hace mucho calor. Pienso en que ha aumentado su musculatura desde que emprendimos nuestra misión. La vida aquí es mucho más dura. Dejo el cubo en el suelo y voy corriendo hacia él, que todavía no me ha visto, y me subo sobre su espalda, lo que hace que le caiga la leña que lleva en los brazos.
-¡Pero mira qué contenta está nuestra Gabriela hoy!-dice George- ¿Qué hicisteis ayer? Samuel no nos lo quiere contar.
Me encojo los hombros y sonrío por toda respuesta. Samuel me baja de su espalda y me da un besito.  ¡Ay! Todos nos miran, pero me da igual. Me coloca el pelo detrás de la oreja y se acerca más a mí. Hoy huele a bosque. Me encanta.
-Ven conmigo, quiero enseñarte una cosa.-me susurra al oído y me da un besito en el cuello. Se me erizan los pelos de la nuca. Le doy la mano y tira de mí hacia el bosque. Giro la cabeza y les digo adiós con la mano a George, José, los gemelos y a Carolina, Lourdes, Michelle e Inés, que acaban de llegar. Michelle y Carlos vuelven a mirarnos mal. Me da exactamente igual. Por mí, que no vuelvan a hablarme. Todo lo que necesito es a Samuel.
-¿A dónde vamos?-le pregunto, ansiosa.
-No seas impaciente, Erre.-me dice. Entre que tira de mí y que parece que dice “arre”, me siento como una mula. Eso sí, una mula enamorada.
Después de importunarle con unos cuantos “¿Cuánto queda?” empieza a callarme con besos. Pero consigue lo contrario, lo digo más veces para ganarme más besos. Al fin llegamos. El bosque se hace menos espeso y salimos a un acantilado. Me ayuda a bajar por unas rocas. Ni siquiera tengo miedo a caerme. Simplemente sé que él me cogería. Se para en un saliente rocoso y mete la mano en un hueco. Saca una especie de mantel y una cesta hecha a mano, con fruta dentro. Me quedo asombrada. ¿De dónde habrá sacado todo esto? Samuel se ríe de mi expresión.
-Yo sí que me he levantado pronto hoy.-dice, por toda explicación.
La vista desde aquí es preciosa. ¡Qué calor hace aquí! Sobre todo porque Samuel no se ha puesto la camiseta aún. Se pone a trocear la fruta, y yo voy dándole trocitos directamente a la boca. Cuando termina, me besa. Um... Sabe a fruta. Otra vez la misma sensación de anoche, como un hambre atroz. Nunca me cansaré de besarle. Me atrevo a darle besitos en la espalda y el torso. Samuel recorre mi mandíbula con sus labios. Mi piel arde en donde sus labios se posan. Quiero más de ese fuego. De repente para. ¿Por qué? Nos lo estábamos pasando tan bien… pone su dedo índice sobre sus labios, hinchados, probablemente por los besos, y señala hacia abajo. Es verdad, se oyen ruidos. Nos asomamos por la roca saliente en la que estamos. Hay unos niños abajo. Están jugando a algo que parece el pilla-pilla. Pero no es eso lo que señala Samuel. Unos chicos vestidos de negro están detrás de un matorral recargando una especie de pistola haciendo mucho ruido, no sé por qué los otros niños no se dan cuenta. Salen de los matorrales y le pegan un tiro a cada uno. Van hacia ellos y les hacen fotos con un aparato parecido a nuestra PDA. Miro a Samuel, que contempla horrorizado la escena bajo nuestros pies. Los chicos de negro… parecen llevar el mismo uniforme que su hermana y Víctor.
-Roberto Sánchez, Daniel Arroyo, Marta Álvarez y Jessamine White. De 17, 13, 15 y 14 años respectivamente. Táchalos de la lista.-dice uno de los chicos.- ¿Quién toca ahora?-pregunta.
- George Thomas, John Doyle y Fred Brandon son los siguientes. De 19 años los tres. Éstos van a ser más difíciles de matar: estaban en una escuela militar.-dice el otro.
Lo siguiente que dice no puedo escucharlo. Samuel me tira hacia atrás. No podemos quedarnos aquí. ¡Van a por los chicos! Voy a trepar por las piedras pero Samuel vuelve a tirarme hacia atrás.
-¿Pero qué haces? ¡Vamos! ¡Tenemos que avisarles!
-Gabriela, voy a ir yo solo.- ¿Pero qué dice? No le entiendo.
-¿Qué?
-Gabriela, déjame explicarme. Quiero que te quedes aquí, a salvo, mientras voy a por los demás y buscamos un lugar seguro para todos, ¿Vale?
-¡No! ¡Voy contigo!- ¿Qué se cree? ¿A caso soy una damisela en apuros? Sé valerme por mí misma, no dependo de que nadie me salve.
-Gabriela, tu fuerte es la pelea cuerpo a cuerpo, y ellos llevan armas. ¿Cuánto durarías en una pelea contra ellos? Lo mismo que esos chicos de allí abajo. Por lo menos yo sé lanzar cuchillos. Por favor, confía en mí. Nos esconderemos y a las doce de esta noche volveré a buscarte.
-¡Espera!- le digo. Le atraigo hacia mí y lo vuelvo a besar.- Ten mucho cuidado. Te quiero. -¡Ya está! Ya lo he dicho. No es normal decirlo en la segunda cita, pero de verdad lo quiero, tanto que es imposible expresarlo con palabras. Tampoco es que yo sea muy buena expresando cosas. Y menos con palabras.
-Yo también te quiero, y por eso vas a prometerme que te vas a quedar aquí calladita esperándome, ¿Vale?- me dedica una de sus sonrisas tristes. ¡Me quiere! ¡Ha dicho que me quiere!
-De acuerdo.-le contesto en susurros, para que vea que lo he entendido. El chico de ojos tristes me da un fuerte abrazo y se va a rescatar a nuestros amigos.

2 comentarios:

  1. Hola soy Raquel del club de las escritoras. He pasado a visitarte y te sigo. EN cuanto pueda me pongo al día con tu historia.
    Un saludo!!!

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