Estoy delante de un gran espejo, como esos que había en mi
casa en el mundo perfecto. La imagen que refleja es muy diferente a como soy
ahora, pero podría ser mía de haberme quedado allí.
Mi yo alternativa va completamente a la moda existente
cuando me fui. Mi pelo, de mi color natural, está recogido en un moño al lado,
con unos mechones de colores sueltos a los lados de la cara. Estoy muy pálida,
casi blanca. Mis labios están pintados en el mismo color de mi piel. Llevo una
sombra de ojos naranja. Llevo un vestido azul muy ceñido, con flores verde
pistacho. Una americana enorme color lavanda con hombreras y unas botas altas
del mismo color rematan mi look colorido.
Mi habitación, tal y como la dejé, rebosa de vitalidad, a
pesar de los múltiples aparatos tecnológicos. En la puerta, me espera Víctor,
mi novio. Me coge de la mano y nos vamos a dar un paseo a la reserva biológica
de nuestra ciudad, que cuenta con especies casi extintas por el efecto
invernadero. Unos tipos verdaderamente egoístas, nuestros antepasados, los
cuales nos dejaron este mundo casi en ruinas.
Nos adentramos en una
especie de bosque, el cual cada vez se parece más a un bosque que conozco muy bien.
Asustada, miro a Víctor, que ya no es Víctor, si no Álvaro. Cuando llegamos al
lago, éste muestra mi reflejo. Vuelvo a ser yo, con mi ropa vieja que me queda
grande, mi pelo suelto, mi piel más tostada por el sol e imperfecta, toda llena
de cicatrices.
Me despierto llorando.
-¿Un mal sueño?- Me pregunta Samuel. Está tumbado en el
suelo, en una esterilla, entre Álvaro y yo. Aunque está sucia, es evidente que
su ropa es lujosa y colorida, como la de mi sueño. Bueno, vale, un poco menos
colorida.
-Ajá.-Le contesto. Hacía tiempo que no soñaba con mi antigua
vida.
-Yo no puedo dormir… ¿Quieres ir a tomar el aire?-me
pregunta. Por un instante, no sé qué responderle. Sólo por un instante.
-Vamos.
Todavía es de noche. Creo, por la posición de la luna, que
deben de ser las tres de la madrugada.
-¿Cómo va tu herida?-pregunto. Se me había olvidado
completamente.
-Mejor.-me dice. Parece ausente.
-Me alegro.
Estamos sentados en una roca al lado de la cueva. Hace
fresco, pero se agradece. En estos días de verano tan calurosos, cualquier
rastro de frialdad o humedad son bienvenidos. A lo lejos se pueden ver unas
nubes de tormenta, tendremos que recoger suficiente agua y comida para unos
cuantos días, y más ahora que somos tres.
-Em.… ¿Gabriela?-dice Samuel de repente.
-¿Sí?
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Claro. ¿Por qué no?-le contesto
-¿Álvaro es tu novio?- ¡Oh! No me esperaba esa pregunta para
nada. Me pongo un poco nerviosa, aunque no sé por qué.
-Oh, no… ¿Por qué lo preguntas?
-No sé, como vivís los dos solos en esa cueva, y él parece
molesto de que yo esté aquí…-hace una larga pausa-Entonces, ¿No tienes novio?
-Sí. –Contesto automáticamente.- Bueno, es decir, tenía algo
así como un novio en el mundo perfecto, era muy pequeña para tener un novio en
serio. Pero supongo que él ya tendrá a otra. ¿Puedes hacerme un favor?-le
pregunto. ¿Por qué desperdiciar la oportunidad?
-Depende.
-Cuando encontremos a tu hermana y volváis a casa, si lo
encuentras, dile que estoy bien, que no se preocupe por mí y que sea feliz.-Me
he puesto sentimental. No me gusta que la gente me vea así, pero esto es muy
importante para mí. Él era el único que me apoyaba cuando la gente me señalaba
y se reía de mí. En el instituto me llamaban de todo. El mote más inofensivo
que me pusieron fue “la loca de los ojos raros”.
-¿Cómo es? ¿Dónde puedo encontrarle?
-Bueno, Víctor vive en la capital. Tiene los ojos marrones,
color chocolate con leche, y el pelo castaño cobrizo. Es, o era, más o menos
como tú de alto. Ahora tendrá dieciocho años. Quería ser músico, toca, o por lo
menos tocaba, la batería en una banda. No eran muy buenos.-se me escapa una
risita tonta al recordar las tardes viendo sus ensayos.
-Un chico con suerte. –responde, y se queda callado.
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